Comentario
CAPÍTULO XXVI
De la unción abominable que usaban los sacerdotes mexicanos y otras naciones, y de sus hechiceros
En la ley antigua ordenó Dios el modo con que se había de consagrar Aarón y los otros sacerdotes, y en la ley Evangélica también tenemos el santo crisma y unción de que usamos cuando nos consagran sacerdotes de Cristo. También había en la ley antigua cierta composición olorosa, que mandaba Dios que no se usase sino sólo para el culto divino. Todo esto ha querido el demonio en su modo de remedar, pero como él suele, inventando cosas tan asquerosas y sucias que ellas mismas dicen cuál sea su autor. Los sacerdotes de los ídolos en México, se ungían en esta forma: Untábanse de pies a cabeza y el cabello todo, y de esta unción que ellos se ponían mojada, venían a crearse en el cabello unas como trenzas, que parecían clines de caballo encrisnejadas, y con el largo tiempo crecíales tanto el cabello, que les venía a dar a las corvas, y era tanto el peso que en la cabeza traían, que pasaban grandísimo trabajo, porque no lo cortaban o cercenaban hasta que morían, o hasta que ya de muy viejos los jubilaban y ponían en cargos de regimientos u otros oficios horrorosos en la república. Traían éstos las cabelleras tranzadas en unas trenzas de algodón de seis dedos en ancho. El humo con que se tiznaban era ordinario de tea, porque desde sus antigüedades fue siempre ofrenda particular de sus dioses, y por esto muy tenido y revenciado. Estaban con esta tinta siempre untados de los pies a la cabeza, que parecían negros muy atezados, y esta era su ordinaria unción, excepto que cuando iban a sacrificar y a encender incienso a las espesuras y cumbres de los montes, y a las cuevas escuras y temerosas donde tenían sus ídolos, usaban de otra unción diferente, haciendo ciertas ceremonias para perder el temor y cobrar grande ánimo. Esta unción era hecha de diversas sabandijas ponzoñosas, como de arañas, alacranes, cientopies, salamanquezas, víboras, etc., las cuales recogían los muchachos de los colegios, y eran tan diestros que tenían muchas juntas en cuantidad para cuando los sacerdotes las pedían. Su particular cuidado era andar a caza de estas sabandijas, y si yendo a otra cosa acaso topaban alguna, allí ponían el cuidado en cazarla, como si en ello les fuese la vida. Por cuya causa de ordinario no tenían temor estos indios, de estas sabandijas ponzoñosas, tratándolas como si no lo fueran, por haberse criado todos en este ejercicio. Para hacer el ungüento de éstas, tomábanlas todas juntas, y quemábanlas en el brasero del templo, que estaba delante del altar, hasta que quedaban hechas ceniza, la cual echaban en unos morteros con mucho tabaco (que es una yerba de que esta gente usa para amortiguar la carne y no sentir el trabajo); con esto revolvían aquellas cenizas, que les hacía perder la fuerza; echaban juntamente con esta yerba y ceniza algunos alacranes y arañas vivas, y cientopies, y allí lo revolvían y amasaban, y después de todo esto le echaban una semilla molida que llaman ololuchqui, que toman los indios bebida para ver visiones, cuyo efecto es privar de juicio. Molían asimismo con estas cenizas, gusanos negros y peludos, que sólo el pelo tiene ponzoña. Todo esto junto amasaban con tizne y echándolo en unas ollitas, poníanlo delante de sus dioses, diciendo que aquella era su comida, y así la llamaban comida divina. Con esta unción se volvían brujos, y veían y hablaban al demonio. Embijados los sacerdotes con esta masa, perdían todo temor, cobrando un espíritu de crueldad, y así mataban los hombres en los sacrificios con grande osadía, e iban de noche solos a montes y cuevas escuras y temerosas, menospreciando las fieras, teniendo por muy averiguado que los leones, tigres, lobos, serpientes y otras fieras que en los montes se crían, huirían de ellos por virtud de aquel betún de Dios; y aunque no huyesen del betún, huirían de ver un retrato del demonio, en que iban transformados. También servía este betún para curar los enfermos y niños, por lo cual le llamaban todos medicina divina, y así acudían de todas partes a las dignidades y sacerdotes como a saludadores, para que les aplicasen la medicina divina, y ellos les untaban con ella las partes enfermas, y afirman que sentían con ella notable alivio, y debía esto de ser, porque el tabaco y el ololuchqui tienen gran virtud de amortiguar, y aplicado por vía de emplasto, amortigua las carnes esto solo por sí, cuanto más con tanto género de ponzoñas, y como les amortiguaba el dolor, parecíales efecto de sanidad y de virtud divina, acudiendo a estos sacerdotes como a hombres santos, los cuales traían engañados y embaucados los ignorantes, persuadiéndoles cuanto querían, haciéndoles acudir a sus medicinas y ceremonias diabólicas, porque tenían tanta autoridad, que bastaba decirles ellos cualquiera cosa, para tenerla por artículo de fe. Y así hacían en el vulgo mil supersticiones en el modo de ofrecer incienso, y en la manera de cortarles el cabello, y en atarles palillos a los cuellos e hilos con huesezuelos de culebras, que se bañasen a tal y tal hora, que velasen de noche a un fogón, y que no comiesen otra cosa de pan, sino lo que había sido ofrecido a sus dioses, y luego acudiesen a los sortílegos, que con ciertos granos echaban suertes y adevinaban mirando en lebrillos y cercas de agua. En el Pirú usaron también embadurnarse mucho los hechiceros y ministros del demonio, y es cosa infinita la gran multitud que hubo de estos adevinos, sortílegos, hechiceros, agoreros y otros mil géneros de falsos profetas, y hoy día dura mucha parte de esta pestilencia, aunque de secreto, porque no se atreven descubiertamente a usar sus endiabladas y sacrílegas ceremonias y supersticiones. Para lo cual se advierte más a la larga en particular, de sus abusos y maleficios, en el Confesionario, hechos por los perlados del Pirú. Señaladamente hubo un género de hechiceros entre aquellos indios, permitido por los reyes ingas, que son como brujos y toman la figura que quieren, y van por el aire en breve tiempo largo camino, y ven lo que pasa, hablan con el demonio, el cual les respon. Éstos sirven de adevinos y de decir lo que pasa en lugares muy remotos, antes que venga o pueda venir la nueva, como aún después que los españoles vinieron ha sucedido, que en distancia de más de doscientas o trescientas leguas, se ha sabido de los motines, de las batallas, y de los alzamientos y muertes, así de los tiranos como de los que eran de la parte del rey, y de personas particulares, el mismo día y tiempo que las tales cosas sucedieron, o el día siguiente, que por curso natural era imposible saberlas tan presto. Para hacer esta abusión de adivinaciones, se meten en una casa cerrada por de dentro, y se emborrachan hasta perder el juicio, y después, a cabo de un día, dicen lo que se les pregunta. Algunos dicen y afirman, que estos usan de ciertas unturas; los indios dicen que las viejas usan de ordinario este oficio, y viejas de una provincia llamada Coaillo, y de otro pueblo llamado Manchay, y en la provincia de Guarochiri, y en otras partes que ellos no señalan. También sirven de declarar dónde están las cosas perdidas y hurtadas, y de este género de hechiceros hay en todas partes, a los cuales acuden muy de ordinario los anaconas y chinas, que sirven a los españoles, cuando pierden alguna cosa de su amo o desean saber algún suceso de cosas pasadas o que están por venir, como cuando bajan a las ciudades de los españoles a negocios particulares o públicos, preguntan si les irá bien, o si enfermarán o morirán, o volverán sanos, o si alcanzarán lo que pretenden, y los hechiceros responden, sí o no, habiendo hablado con el demonio en lugar escuro, de manera que se oye su voz, mas no se ve con quién hablan ni lo que dicen, y hacen mil ceremonias y sacrificios para este efecto, con que invocan al demonio, y emborráchanse bravamente, y para este oficio particular usan de una yerba llamada villca, echando el zumo de ella en la chicha, o tomándola por otra vía. Por todo lo dicho consta cuán grande sea la desventura de los que tienen por maestros a tales ministros, del que tienen por oficio engañar. Y es averiguado que ninguna dificultad hay mayor para recebir la verdad del santo Evangelio, y perseverar en ella los indios, que la comunicación de estos hechiceros, que han sido y son innumerables, aunque por la gracia del Señor y diligencia de los perlados y sacerdotes, van siendo menos y no tan perjudiciales. Algunos de éstos se han convertido, y públicamente han predicado al pueblo retratando sus errores y engaños, y declarando sus embustes y mentiras, de que se ha seguido gran fruto, como también por letras del Japón sabemos haber sucedido en aquellas partes, a grande gloria de nuestro Dios y Señor.